Editorial
Tiempos y espacios
La metáfora del espejo nos sirve para describir la situación
actual.
Hasta ayer el espejo reflejaba
la realidad, hoy se ha roto y cada parte refleja realidades
diferentes.
Somos médicos insertos en una sociedad cambiante, con
valores diferentes y desencanto, donde se pone en duda el conocimiento
científico revalorizando el saber popular, donde las
normas son puestas en duda y se revaloriza la estrategia y,
por otro lado, se tiene la gran esperanza en que la tecnología
dará todas las respuestas.
Ha finalizado el tiempo del centralismo y han pasado a tener
valor los localismos y lo participativo. Es, en resumen, una
época de incertidumbre.
Mis pacientes y yo, en la soledad de mi consultorio, estamos
incluidos en ese tiempo, y mi que hacer médico está
en función de ellos.
Para que la incertidumbre no me paralice debo hacer un diagnóstico
situacional: "Esto es mi realidad y desde allí debo proyectar
mi trabajo".
En esta soledad silenciosa surgen infinidad de incógnitas
sobre mi tarea como médico. Es fascinante descubrir
que a todos los que estamos comprometidos en este trabajo nos
sucede lo mismo. Saber que mis preguntas son las preguntas
de la mayoría.
Un diagnóstico
situacional nos permitirá comprender el amplio espectro
de consultas y la fragmentación de las realidades. Ya
no existe una sola respuesta, éstas se relacionan con
las posibilidades del receptor.
Una misma pregunta sobre un hecho tendrá diversas respuestas
en relación a la situación espiritual, social,
económica del otro.
Para ello debo salir de mi actitud del saber para tomar una
posición de igualdad que me permita comprender.
La consulta médica será como un sube y baja del
parque; estoy abajo para entender, estoy arriba para indicar.
Transcurrimos una época de nuevos lazos efectivos, de
diferentes estructuras de familia: madres solteras por propia
decisión, embarazos tempranos en pacientes que hemos
seguido toda la vida, drogadictos, niños de la calle
y abandonados, los padres sin trabajo, la pobreza.
Esto hace que cada paciente sea una aventura apasionante que
estamos dispuestos a afrontar pero se nos imponen nuevas formas
de atención administradas desde los centros de poder.
Nos sentimos acosados y dicotomizados, lo aprendido tradicionalmente
y lo ejercido desde siempre se enfrentan con una realidad social
económica. A esto se agrega una actitud contractual
empresarial que nos jaquea.
En esta difícil
y complicada situación se nos plantea un nuevo paradigma,
revalorizar el vínculo, no olvidar la esencia, sabiendo
que la base del curar está dada por el vínculo
médicopaciente. La curación sigue entonces
siendo un maravilloso misterio.
Somos vehículo de esa curación y lo fundamental
es una palabra, un gesto, esa actitud activa esencial, un silencio
compartido o el crear un espacio.
Es lo que buscan el niño y su familia y lo que buscamos
nosotros cuando nos enfermamos.
Se establece un vínculo cuando la relación es
significativa para cada uno de sus componentes.
El paciente necesita del conocimiento del médico y de
su acompañamiento, sentirlo su aliado.
Necesitamos a nuestros pacientes pues son ellos los que nos
hacen médicos y necesitamos sentir las diversas gratificaciones
por la tarea.
Si este circuito de ida y vuelta no se realimenta, se contamina,
se producen fracturas y una cadena de insatisfacciones aparecen
entre pacientes y médicos encerrados en un laberinto
perverso.
Debemos optimizar el vínculo.
Esta es la verdadera especialización
que lleva toda la vida del médico, como el largo camino
del mito del héroe que se irá modificando, perfeccionando,
cuestionando en cada una de sus edades y etapas, pero con el
objetivo permanente de indagar las necesidades del otro. Por
ello la entrevista requiere continuidad y tiempo, cosas puestas
hoy en discusión.
Siendo el pediatra el
médico de cabecera de niños y adolescentes, durante
el tiempo del crecimiento y desarrollo enfrenta innumerables
crisis fisiológicas y no fisiológicas (amamantamiento,
trastornos del sueño, llanto, control de esfínteres,
problemas del aprendizaje, prevención de enfermedades
sexuales y embarazos, separaciones, duelos) que requieren tiempo,
mucho tiempo. La enfermedad también lo requiere.
Una familia y un niño a los que se les pueda brindar
eso tendrán menor deserción de atención,
serán mejor vacunados, se les realizarán menos
exámenes complementarios y de especialistas, se reducirá
el número total de visitas, se hará profilaxis
y recibirán menos remedios, pudiendo la familia comprender
la espera y el sentido real de la enfermedad.
Los pediatras y sus organizaciones
deberemos dar a conocer y poner en discusión social la
situación que atraviesa la salud. Esta sociedad
progresivamente presenta otras facetas de inseguridad, donde
nuevas formas de maltrato infantil aparecen en el fin del milenio.
Este mensaje debiera estar dirigido a las familias cada vez
más acechadas, con el fin de que conozcan la más
adecuada atención de sus hijos y desde ese lugar, de
mayorías silenciosas, pudieran exigirlo.
Nuestra pasividad, asombrados ante los cambios acelerados y
la aceptación, no sirve.
Debieramos reaprender que nuestras voces tienen que ocupar un
lugar en la discusión y que parte de los cambios están
en nuestras propias decisiones.
Ya la ilusión de los años sesenta de una pediatría
igualitaria y para todos se ha diluido; intentemos para el siglo
XXI una pediatría posible y equitativa para todos los
niños. En aquellos tiempos pensábamos en
los grandes cambios, ahora sabemos que la revolución
está a la vuelta de la esquina, con nuestros vecinos,
con nuestros pacientes.
Para ello no necesitamos
una alta tecnología. Marañon decía
que para hacer medicina sólo se necesitaban dos sillas.
Compremos una segunda y hagamos sentar a nuestros pacientes.
Todas las cosas que parecían sólidas se han fragmentado
y desaparecieron en el espacio y en el tiempo.
Este sistema que padecemos, injusto para todos, sabemos o intuimos
que no podrá mantenerse.
Este es un tiempo de resistencia. No es el momento de
la nada.
No aceptemos en nosotros mismos un determinismo irreversible
ni miremos tampoco para atrás, a un mundo que ya pasó.
Es otra vez el momento de la imaginación, donde la ética
es nuestra herramienta fundamental.
Como Prometeo en su obsesión de entregar el fuego, es
importante enseñara los futuros médicos el valor
esencial del vínculo en la relación médico-paciente
para garantizar a través del tiempo este concepto básico
para la praxis.
Estamos en condiciones de pensar que las cosas no son inevitables.
Lo inevitable pertenece al orden del destino, y la propuesta
que tenga una respuesta para todos se incluye en el orden de
la imaginación del presente y para el futuro.
Sigamos siendo médicos pediatras.
Emílio Carlos
Boggiano
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